El Ritual Del Recuerdo
Dentro de la religiosidad popular, la forma más propicia para expresar la devoción a un "santo", identificado por lo general con "un muertito", es la fiesta. Por eso en el Perú se los recuerda con música, comida especial y mucha bebida.
La celebración del día de los muertos es una antiquísima costumbre peruana que, según el historiador Luis E. Valcárcel, ya era relatada por Felipe Guamán Poma de Ayala. El cronista indio señalaba que entre los incas la fecha coincidía con el mes del Ayar Marcay Quilla (curiosamente el mes de noviembre de nuestro calendario). En esas fechas los muertos eran sacados de sus tumbas, llamadas pucuyo, ricamente ataviados y con coronas de plumas. Luego se cantaba, se danzaba y se les “daba de comer”, para después pasearlos en andas.
Tradición regional
La costumbre, que escandalizó a los españoles, no difería mucho en otras del Nuevo Mundo. En México los aztecas, mayas, purépechas, nahuas y totonacas también celebraban rituales a los muertos. La fecha coincidía con el noveno mes del calendario solar azteca (comienzos de agosto). Las festividades las presidía la diosa Mictecacihuatl, conocida como “dama de la muerte”. Modernamente se le ha sustituido por La Catrina, personaje del caricaturista José Guadalupe Posada (1852-1913). Este esqueleto, elegantemente vestido, fue creado como metáfora de la aristocracia mexicana antes de la revolución. Hoy es pintoresco símbolo del Día de los Muertos.
Todas las almas
Los conquistadores horrorizados por estas festividades “
paganas”, las trasladaron al 1 y 2 de noviembre para que coincidieran con las solemnidades católicas de
Todos los Santos y Todas las Almas. Las celebraciones cristianas eran, a su vez, la apropiación del ritual celta llamado
Samhain (recordado en los países anglosajones con
Halloween).
El Día de los Difuntos es actualmente una celebración popular en distintos puntos del Perú. En Eten, en la costa de Lambayeque, hay una festividad muy conocida. La zona coincide con el centro de las culturas
Mochica y
Lambayeque, y con la tumba del muy famoso
Señor de Sipán, enterrado en un fastuoso rito funerario.
Los muertos vivientes
Según los historiadores Renata y Luis Millones, la actual fiesta del Día de los Difuntos de Eten tiene características heredadas tanto de los mochicas y de tradiciones de los siglos XVI y XVII. Es creencia popular que sus muertos “viven” en el cementerio y que la noche anterior al 1 de noviembre “salen” sin ser vistos. Por eso los pobladores ponen cruces en sus puertas, un vaso colmado de agua en una esquina de la casa y evitan salir de noche. Al día siguiente, van al cementerio y luego a sus casas para un gran almuerzo o cena. Hay baile y mucho licor para “alegrar” al difunto. Un personaje de esta celebración es el “rezador”, quien de acuerdo a los solicitantes ora y pronuncia un discurso. Su presencia el 2 de noviembre es imprescindible. Por las calles, se escuchan bombardas y música de bandas. Cuatro Cristos son llevados en procesión desde sus respectivos templos al cementerio.
A la salud del finado
En Otuzco, Cajamarca, los pobladores van al cementerio, repintan los nichos y tumbas, y los adornan con velas y flores.
Familias completas acuden y en vez de lamentos, cuentas chistes, anécdotas, y beben aguardiente o “cogollito” (primera fermentación del guarapo extraído de la caña de azúcar).
Se sientan alrededor de las tumbas de sus muertos y sacan sus alforjas para dar cuenta de sus surtidos potajes, especialmente preparados para la ocasión (por lo general la comida preferida del difunto).
Día de los vivos
Cuenta el periodista e investigador del folclor Antonio Muñoz Monge que en el valle del Mantaro la celebración es con un juego. Citamos: “La costumbre está muy arraigada y, según parece, se recoge de la tradición de reunirse en casa de los deudos al siguiente día del entierro para recordar al difunto mientras se bebe, come y juega Tejo o La Raya. El juego se realiza sobre el piso de tierra, donde se traza una raya horizontal de aproximadamente un metro, en cuyo centro se dibuja una pequeña pirámide: objetivo de las fichas que se arrojan”. La pachamama es un recuerdo presente aquí.
Muñoz Monge también ha observado ritos en Huancavelica. “Cuando una persona muere en accidente en el lugar se sacrifica a un perro negro, desparramando su sangre. Es creencia que esto tranquilizará el alma, confundida por la violenta muerte. Solamente las mujeres, en medio de rezos y llanto, buscarán pequeñas piedras para colocarlas en el nicho del desaparecido. Las piedras le servirán para defenderse de las almas antiguas del cementerio, que no aceptan la llegada imprevista de este turbado espíritu”.
Tanta wawa, pan de los muertos
Preparar panes especiales para el Día de los Difuntos es una tradición que partió de Puno y se extendió por toda la sierra sur. Estos panes se llaman tanta wawas y su traducción literal del aimara es “pan de niño o bebe”. Están hechos de una masa especial. Algunos elaboran la cara a partir de la propia masa pero, por lo general, se le incrusta una mascarita de yeso pintado, simulando un rostro. Se prepara con anticipación y se pone en la mesa la noche del 1 de noviembre, para esperar el alma de los familiares, junto a galletitas, bebidas y otros alimentos. La mesa se adorna y la familia debe “velar” los alimentos toda la noche y se los consume en nombre de los difuntos. Deben rezar por sus muertos y, para no quedarse dormidos, juegan y narran cuentos. Además de tanta wawas se hornean acachis (representan a los ancianos), caballitos (para trasladar a los difuntos), coronas (que evocan las flores) o escaleras (para subir al cielo) así como cerveza o gaseosa con ese mismo fin.