lunes, 7 de diciembre de 2009

CREPÚSCULO :: LUNA NUEVA :: CRÍTICA

Para algunos críticos los vampiros estamos muy estrechamente relacionado con el cine: luz y sombra. Y existen de la misma manera, en una intermitencia infinita de sombras y claridad. El “Drácula”, de Bram Stoker (1897) es casi contemporáneo al nacimiento del cine (1895) y “Nosferatu, el vampiro”, de F.W. Murnau (1922), es una de las primeras obras maestras del nuevo medio. Desde entonces, los vampiros han sido personajes cinematográficos esenciales: refinados hasta parecer acartonados y solemnes como el “Drácula” de Bela Lugosi; aristocráticos y donjuanescos como los que encarnó Christopher Lee; polígamos y seductores, como los vampiros italianos de Riccardo Freda, los españoles de Jesús Franco o el del mexicano Fernando Méndez; agobiados por el peso existencial de no poder morir y tener que enfrentar el infinito, como el “Nosferatu”, de Werner Herzog; deicidas, románticos y perversos, como el Gary Oldman dirigido por Coppola.

Y de pronto aparecen los vampiros de apariencia cerúlea, más bien adolescentes, desprovistos de colmillos, llenos de dudas amorosas y de una castidad casi militante, de la serie “Crepúsculo”. No son los primeros vampiros juveniles y desorientados porque ya Joel Schumacher los había convertido en “The Lost Boys” (1987) y George Romero puso a “Martin” como el representante mayor de la desazón de ser joven y distinto, pero “Luna nueva” es una operación de márketing que mezcla los elementos más dispares con el fin de crear un culto adolescente que ya da réditos medidos en centenares de millones de dólares.

Es como combinar “Rebelde sin causa” con “El Código Da Vinci”, pero quitando la furia e intensidad de la primera y haciendo guiños a la segunda, con su secta italiana de vampiros presididos por Michael Sheen, el actor de “La reina” y “Frost/Nixon” que aparece con una toga roja y la expresión facial más cercana a la de estar aguantando la risa.

El vampiro adolescente es Robert Pattinson que quiere pero no puede. Es decir, busca simular el lánguido malestar consigo mismo del James Dean que marcó una generación, pero se queda haciendo pucheros. Y el personaje de Bella, encarnado por Kristen Stewart (lástima por ella que protagoniza una de las mejores películas norteamericanas de este año, “Adventureland”).

Aquí hay vampiros sin sed ni deseos urgentes, pero también hombres lobos. Sí, esas bestias de la noche, trágicas, románticas, que luchan contra su propia naturaleza. El problema es que “Luna nueva” convierte a los licántropos en una banda de fisicoculturistas que se la pasan luciendo sus atributos pectorales. Bocado para las adolescentes que ante la presencia de Jacob (Taylor Lautner) perdonan los efectos especiales más chapuceros vistos en una producción de Hollywood diseñada para destrozar taquillas en todo el mundo: esos lobos peludos parecen sacados del bosque de alguna Caperucita Roja adaptada por el cine mexicano de hace 50 años.

Ni los lobos golpean, ni los vampiros fascinan, ni los enamorados conmueven, ni el terror asusta, ni la fantasía atrae, ni el romance persuade. “Luna nueva” es una suma de vampiros desdentados, lobos con esteroides y amantes con anemia perniciosa. Una nueva Decepción.

jueves, 3 de diciembre de 2009

CUANDO ENTRE LA SOMBRA OSCURA

Creo que a todos nos ha pasado lo que Gustavo Adolfo Becquer nos relatará en este excelente poema. Aquellos que jamás han sentido la profunda alegría y angustia que causa el amor, posiblemente no entiendan demasiado bien a qué oscuras cuestiones se refiere nuestro poeta; pero claro, si estos espectrales e hipotéticos seres jamás han escuchado la llamada de la pasión, la comprensión de un poema es el menor de sus problemas.

Cuando nuestro corazón no nos pertenece completamente, es cuando podemos estar seguros de estar enamorados: es como si la realidad cotidiana fuese vista a través de un cristal, no para deformarla, sino para darle su justa medida. Es en este universo, lleno de arrebatadoras presencias y de desdichadas ausencias, donde todos los rostros de la creación parecen hablarnos de nuestro amor; como si cada aspecto del mundo viniese a dar fe de la existencia de la felicidad.

Nuestros lectores escépticos podrán rebatir que esta es una realidad falsa, que el trabajo que tenemos o los estudios que cursamos siguen siendo los mismos; que nuestra supuesta nueva vida es tan frágil como la anterior, y que basta un simple dolor de muelas para arrancarnos de ese paraíso artificial. A esto contestaremos que sí, ciertamente la realidad del amor es tan brumosa como la poesía, irreal como los sueños, y falsa como la esperanza. Pero lo cierto es que para el enamorado, la poesía ya no es un juego literario, o una ambición estética; para él la poesía es el único idioma que puede expresar el torbellino que agita su corazón; los sueños han perdido ese carácter personal y nebuloso, y se transforman en visiones completas, inequívocas, dibujando un futuro que sólo es concebible en compañía del otro. Lo mismo sucede con la esperanza, la cual sólo es patrimonio de los que no se conforman con lo aparente, de los que intuyen que la realidad no concluye con las oscuras fronteras de nuestros sentidos.

Así el enamorado cree ver el rostro de su amada hasta en los detalles más prosaicos de la vida cotidiana. Lejos de las ominosas visiones de paisajes románticos y bucólicos, y más cerca de la simple brisa de invierno, o de los ecos sombríos de un beso que ha comenzado a perder su sabor.

Cuando Entre La Sombra Oscura
(Gustavo Adolfo Becquer 1836 - 1870)

Cuando entre la sombra oscura
perdida una voz murmura
turbando su triste calma,
si en el fondo de mi alma
la oigo dulce resonar,

Dime: ¿es que el viento en sus giros
se queja, o que tus suspiros
me hablan de amor al pasar?

Cuando el sol en mi ventana
rojo brilla a la mañana
y mi amor tu sombra evoca,
si en mi boca de otra boca
sentir creo la impresión,

Dime: ¿es que ciego deliro,
o que un beso en un suspiro
me envía tu corazón?

Y en el luminoso día
y en la alta noche sombría,
si en todo cuanto rodea
al alma que te desea
te creo sentir y ver,

Dime: ¿es que toco y respiro
soñando, o que en un suspiro
me das tu aliento a beber?

Gustavo Adolfo Becquer.
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