miércoles, 26 de agosto de 2009

BERTHA PAPPENHEIM :: LOS DEMONIOS DE LA SOLEDAD

De la Histeria y La Injusticia

Bertha Pappenheim fue una de las mujeres más notables e ignoradas del siglo XIX. Atormentada por increíbles patologías, poseedora de un talento y una abnegada sensibilidad, ésta misteriosa Dama vivió y murió en medio de la más amarga tragedia: la de quién pasa por éste tenebroso mundo sin sentir jamás un gesto de ternura.

Los Demonios de la Soledad

Josef Breuer fue el primer médico en tratar su caso con cierto éxito. Recordemos que en aquellos años, los tratamientos contra la histeria eran verdaderas torturas: la morfina, el hidrato de cloral y el cloroformo eran habituales en el tratamiento. Charcot incluso hacía que sus pacientes ingirieran hierro y luego los colgaba del techo con arneses de metal. Éste era el ambiente que reinaba cuando Breuer emprendió el tratamiento de Bertha Pappenheim en Viena, en el año 1880.

La joven tenía veintiún años y sufría de diversos síntomas, todos ellos graves. Breuer la describió cómo: "de una inteligencia notable, que tenía una percepción asombrosamente rápida de las cosas y una intuición notable". Su enfermedad (o histeria, cómo se la llamaba en aquellos años, englobando con el término una enorme cantidad de diferentes patologías), se caracterizaba por síntomas físicos muy llamativos, estados de consciencia oscilantes y crisis nerviosas. Entre la miríada de síntomas físicos que la afectaban, presentaba parálisis parciales en las extremidades y en el cuello, lo que le impedía mover la cabeza y los brazos. Padecía de una tos nerviosa que provocaba ronquera y dificultades para hablar, junto con fuertes migrañas. Sufría pérdida del lenguaje, no podía hablar en alemán, su lengua materna; solía emitir sonidos incomprensibles en los que mezclaba otros cuatro idiomas. Durante cierto tiempo sólo pudo expresarse en inglés.

Padecía de alucinaciones espantosas, en las que veía serpientes negras, que no eran sino sus propios cabellos. En ocasiones describía unos ojos azules que brillaban junto a su lecho, y una voz que la atormentaba con crueles alusiones a su aspecto físico.

Fue tan extraordinario su aporte en el tratamiento, tan aguda su inteligencia, que Breuer la designó cómo la coautora del método catártico. Junto a sus cualidades literarias, mostraba una bondad sin límites. Incluso durante lo más crudo de su enfermedad, solía ayudar en hospitales, hospicios, confortando a pobres y abandonados.

Pero la verdadera tragedia de su vida fue la soledad. Desbordante de vitalidad intelectual, pasaba sus días entre las monótonas actividades de una familia puritana; que nada sabía de su vida interior, ni de sus anhelos, esperanzas e ilusiones. Ella es un claro ejemplo de la desigualdad sufrida por las mujeres. George Eliot, que era el seudónimo que usaba Mary Ann Evans, en la novela Daniel Deronda, capta la esencia de los tormentos de Bertha:

"...tú no eres una mujer, puedes intentarlo, pero nunca podrás imaginar lo que es tener la fuerza del genio de un hombre y, a pesar de ello, sufrir la esclavitud de ser una niña..."

Bertha Pappenheim debe ser vista cómo una persona absolutamente singular: inteligente hasta el punto de rozar la brillantez, creativa, imaginativa, y dueña de una voluntad poderosa.

Además de fundar hospicios para madres solteras, escribió poesía, obras teatrales, artículos periodísticos, y varios escritos polémicos. Vivió muchos años, pero nunca pudo recuperarse del todo. Jamás se casó ni tuvo relaciones íntimas con hombres. Sufrió indecibles horrores mientras las noches solitarias se encadenaban sin solución de continuidad.

No fue una mujer típica de su época, aunque probablemente no hubiese sido típica en ninguna época. Allá por 1911 escribió un poema que refleja claramente lo que pasaba por su alma torturada. La Oscuridad de sus letras es tenue, pero a la vez la considero cómo una mujer que merece ser leída, y una amiga de éste Reino.

El Amor no me alcanzó,
por eso vivo cómo las plantas,
en el sótano, sin Luz.

El Amor no me alcanzó.
Por eso sueno cómo un violín
con un arco roto.

El Amor no me alcanzó.
Por eso me sumerjo en el trabajo
y, castigada, vivo para mis deberes.

El Amor no me alcanzó.
Por eso me gusta pensar que La Muerte
tiene un rostro agradable.

Bertha Pappenheim.

4 Comentarios:

Anónimo dijo...

"Por eso me gusta pensar que La Muerte tiene un rostro agradable."

Lo veo de igual forma. que triste, me hubiese gustado conocerla. -_-U

BELIAL dijo...

La Muerte Siempre Tuvo Un Rostro Amistoso

Madame Monique dijo...

Interesante...
cada día se aprende algo nuevo.

Un enorme saludo!!

Claudia dijo...

gracias amor, bellisima historia.

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