Los grimorios describen a las Larvas como sustancias muertas o moribundas, las cuales pueden llegar a hablar pero sin razonar, como si fuesen reflejos de la mente del evocador. A finales del siglo XIX las Larvas adquirieron nuevos impulsos cuando los teósofos las compararon con ciertos espíritus hindúes. Pero en el imaginario medieval, muy lejano a las revoluciones de la mente oriental, las Larvas se asociaban naturalmente a los muertos.
La tradición medieval creía que el espíritu se disolvía lentamente, evaporándose como una nube de incienso y subiendo hacia las regiones celestes. Pero si el hombre había vivido en el crímen, el espíritu se negaba a abandonar el cadáver; buscaba los objetos de sus pasiones queriendo renovar la vida. Atormenta los sueños de sus familiares, vaga por territorios profanos, bañándose en los vapores de la sangre esparcida por los magos negros, y se arrastra por los sitios en donde disfrutó de los placeres de la vida. El Nigromante sabía todo ésto y lo aprovechaba. Se divertía ante la visión de un espectro que se consumía intentando crearse órganos para vivir. Pero las Larvas tenían una existencia limitada. Muy pronto la naturaleza les aspiraba y les absorbía. Los antiguos vicios se aparecían ante el fantasma, lo perseguían con figuras monstruosas, atacándolo, devorándolo lentamente.
Las Larvas en la antigüedad
Las Larvas también eran conocidas por los etruscos y los romanos. Las consideraban como espíritus malignos, fantasmas de los muertos que no habían encontrado descanso en la tumba; y que debían volver a recorrer el mundo durante las noches para expiar sus crímenes.
Una de las formas que adquiere su maldad es la de adherirse a los pasos de los hombres para arrastrarlos al crimen, aunque también se conformaban con atemorizarlos. Se los conocía también con el nombre de Lemures.
Desde la época de Rómulo se les ofrecían ciertos festivales llamados Lemurias, los días 11, 12 y 13 de mayo, durante las cuales no se celebraban bodas y los templos de las otras deidades estaban cerrados.
Durante estas celebraciones nocturnas se tocaban tambores, con la creencia de que las Larvas temían al ruido, y que al oírlo desaparecían; también se quemaban ciertas semillas en los cementerios, cuyo hedor los alejaba, mientras se pronunciaban determinadas letanías y conjuros.
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